A primera vista, su aspecto se asemeja más al de un obrero que al de un explorador. No le interesa la aventura sino la Historia, y no busca arcas perdidas ni secretos escondidos: sólo se hace preguntas, a veces consciente de que pasarán décadas hasta que alguno de los suyos sea capaz de descifrarlas. El Museo Archéa, situado en la región de París, ha organizado una exposición para desmontar el mito de Indiana Jones. Porque el conocido personaje, dicen los de carne y hueso, está en las antípodas del verdadero profesional del yacimiento.
«La representación que la ficción ha hecho del arqueólogo está bastante alejada de la realidad. Da una visión simplista. Este profesional no es un aventurero que va a Egipto a buscar momias y trabaja más sobre objetos que en los lugares evocadores de las películas», explica la comisaria de la muestra, Cécile Sauvage, quien, para ser justos, da al César lo que es del César: «Sí es cierto que esa imagen ha ayudado a dar a conocer la labor de estas personas».
Silencio, se excava pretende poner orden en esta nebulosa de ficción y realidad: separar lo ideal de lo presente, la profesión del sueño y demostrar que detrás de todos los fotogramas, novelas y cómic no hay ningún héroe. «Ese perfil corresponde al del fantasma del arqueólogo aventurero. Este es un trabajo tranquilo, mientras que en el cine los exploradores están todo el día corriendo», dice Sauvage.
En la primera secuencia de En busca del arca perdida, un joven Harrison Ford explica, gafas y tiza en mano, a un anfiteatro de jóvenes estudiantes los pormenores de la profesión. «Es un personaje ambiguo. Se le presenta como un profesor de universidad, que habla de la arqueología como ciencia rigurosa que no sólo consiste en descubrir tesoros», dice la francesa.
Unas secuencias después, el estudioso se pone el traje de aventurero, cambia el lápiz por el látigo y la pizarra por la cueva llena de trampas. «Hacen lo contrario a lo que haría un verdadero arqueólogo: entra en una tumba y enciende una vela, usa armas para dinamitar yacimientos e incluso se lleva consigo parte de los vestigios encontrados, ¡como si fuera un botín!», explica la experta.
Según Sauvage, aunque muchos cineastas sí recurren a un equipo de expertos para que les asesoren, no es lo habitual. «Para representar la arqueología de manera verídica habría que hacer un documental, no una película», dice. Por eso, ante el mito, los profesionales tienen el corazón dividido: «Por un lado, no se sienten identificados con su versión ficticia, pero por otro agradecen la difusión, porque quieren que se ame su trabajo, igual que lo aman ellos».
Ni aventura, ni aventurero, lo que tampoco hay en la vida real es un tesoro. Los Jones de carne y hueso hallan en los cofres monedas sin apenas valor -«entre cientos, sólo una de oro»-, aunque todo depende de la valoración que cada uno haga del hallazgo: «En los años 70 se encontró un cofre con 2.000 monedas del Imperio Romano. Aunque eran piezas sin valor, para la persona que las guardó suponían los ahorros de toda una vida, una fortuna». En cualquier caso, no es el producto de Spielberg el que más daño ha hecho a la arqueología. Otros filmes y libros han transmitido una imagen negativa de este profesional al presentarlo como una amenaza, un profanador de tumbas que abre la caja de los truenos, saca a las momias de las tumbas y resucita a los demonios ocultos. La primera secuencia de la película El Exorcista, en la que un explorador libera la figura demoníaca, o la película El código Da Vinci, «una amenaza para la tradición cristiana», son algunos de los ejemplos presentes en la muestra.
En su intento por acercarse al ideal, algunos sí han hecho de la ciencia la aventura. Es el caso del arqueólogo Heinrich Schliemann. Antes de dedicarse a los yacimientos, fue vendedor de índigo y banquero para los buscadores de oro. Cuando acumuló dinero, se dedicó a buscar tesoros. Viajó a Turquía e hizo excavaciones en Hissalik. Obsesionado con La Ilíada de Homero, comparaba todos sus descubrimientos con el libro. Por eso, aunque sí llegó a encontrar vestigios de otras épocas, «toda la lectura que hizo de sus descubrimientos está deformada por la lectura del texto».
A pesar de todos los mitos, Cécile Sauvage reconoce que sí hay algunas coincidencias entre Indiana Jones y un egiptólogo, o entre Lara Croft y un conservador de museo: «La curiosidad, la necesidad de buscar respuestas a las preguntas».
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