¿Qué significa que tiren de ti en mil direcciones a la vez? Así se siente Kate Reddy, la protagonista de la película Tentación en Manhattan, madre de dos hijos y empleada en una firma de inversión, que se encuentra ante su gran oportunidad laboral. Del mismo modo que cualquiera de las más de 4.357.600 madres trabajadoras que hay en España. Entre ellas, las cuatro mujeres que hoy se sientan alrededor de la mesa: Marta Reyero, Elena Gómez del Pozuelo, Olga Ginés y Marisa Orellana.
El estreno (el 21 de octubre) de la comedia protagonizada por Sarah Jessica Parker -basada en el afilado best seller La vida frenética de Kate, de Allison Pearson- les sirve de excusa para hablar de cómo se hace compatible una maternidad comprometida y una carrera con aspiraciones. Fácil, desde luego, no es. ¿La mejor prueba? El paciente niño que, en una mesa aparte, espera haciendo los deberes a que su madre termine la tertulia y se vayan juntos a casa. Es el hijo de Marta Reyero, que a última hora se ha encontrado con que no podía dejarlo con nadie y ha tenido que traerlo al estudio.
Tentación en Manhattan arranca con Kate a la vuelta de un viaje de trabajo, intentando hacer pasar por casera una tarta precocinada, porque se la había prometido a su hija. «Solíamos fingir los orgasmos y cocinar las tartas. Ahora tenemos que fingir las tartas…», lamenta. A cambio, quizá hemos logrado tener la oportunidad, al menos teórica, de llegar a lo más alto en lo laboral, pero… ¿cuánto nos cuesta?
-¿Es ineludible para una mujer encarar su vida familiar y laboral como una disyuntiva en la que la primera pierde si la otra gana?
Marisa: No tienes que hacerte un planteamiento radical, del tipo o soy madre o soy trabajadora, pero sí darte cuenta de que vas a tener que hacer renuncias, quizá no en temas importantes, pero sí en pequeñas cosas, como recoger a tus hijos del colegio. Si fuésemos conscientes de eso, igual no nos sentiríamos tan frustradas. Al final, merece la pena.
Elena: Lo fácil es dejar el empleo y dedicarse a los niños. La opción difícil es la nuestra, porque, como dices, implica tener que olvidarte de cosas. La primera, de pretender estar en todo y ser la mejor. Eso lo tienes que tener muy claro. La segunda, del tiempo para ti: hasta que no tienen 10 años, olvídate de dormir y del gimnasio. Y luego hay que saber delegar todo, salvo lo único indelegable: estar con tus hijos.
Olga: A lo que no debemos renunciar es a algo que, al menos en mi caso, ha llenado mi vida durante mucho tiempo: mi trabajo. Para mí lo ha significado todo. Al convertirme en madre no me han hecho una lobotomía que me impida ser tan profesional como lo era antes. En cambio, como dices, sí he aprendido a delegar; me he dado cuenta de que haciéndolo consigo más y mejores cosas.
Marta: Parto del hecho de que somos cuatro privilegiadas: la mayor parte de las madres, sobre todo si hablamos de ciertos países, no gozan de nuestras facilidades. Pero incluso en nuestro caso, pienso que es válido eso de hecha la ley, hecha la trampa. Hemos salido al mercado laboral, y nos han dicho que podemos hacer muchas cosas, tener nuestros hijos y ser las primeras en nuestros empleos… pero a la vez no tenemos los mecanismos para poder hacer todo eso. Y nos encontramos con que no llegamos a todo.
Marisa: Necesitamos un soporte, que normalmente suele ser familiar. Yo no podría trabajar si no fuera por mis padres, la chica que tenemos contratada y mi marido, que se ocupa tanto como yo...
Elena: Además, maximizas tu tiempo, y para eso las nuevas tecnologías son esenciales.
Marta: Como decía Marisa, es también muy importante tener ayuda… Yo no tengo a mi familia cerca, pero sí grandes amigas, que además he conocido a través de mi hijo. Ellas me echan muchas manos. Creo que entre las mujeres hay una pequeña cadena solidaria que todas aprovechamos.
«Yo tampoco tenía a mis padres conmigo, y por eso he dependido de una chica durante los primeros… 18 años», cuenta Elena, y la carcajada es unánime. También cuando suelta: «No cocino, y si a mis hijos les sabe mal que no haga tartas, me da exactamente igual». Pero a pesar del buen humor reinante, poco a poco se van colando frases que delatan que el camino puede ser duro. Marisa, por ejemplo, dice que cree que le hubiera gustado tener más hijos, pero que no lo ha visto posible. Marta, por su parte, habla de los seis años (los que lleva trabajando los fines de semana) que se ha perdido esa fiesta que supone para un niño pasar sábado y domingo con sus padres, y también del mucho tiempo que esperó a ser madre «por el miedo que tenemos todas las que trabajamos, y más las que lo hacemos de cara al público, de que, si desaparecemos una temporada, se acabe todo. Ahí está el porqué de muchas madres tardías».
Marisa: Antes de ser madre quieres consolidar lo que has conseguido. Porque, ¿sabéis lo que ocurre? Tú, como empleador, tienes delante un currículo de alguien que dejó de trabajar para tener hijos y el de alguien que siempre ha estado ahí, y este se conoce las redes sociales, Linkedin, todo… .
Olga: Desgraciadamente, el mercado laboral, especialmente en puestos directivos, sigue siendo en un 80% masculino. Y ni nos planteamos la imagen de un padre que va corriendo a todos lados, o que se esfuerza para que una tarta parezca casera… La culpa de eso es, en parte, nuestra. Hay mujeres que deciden dejarlo todo para dedicarse a la crianza, porque les parece inconcebible que sus maridos lleven al niño al parque. En otras ocasiones, se trata de un tema económico: si tu sueldo se te va en la guardería, mejor dejarlo. Y aún tenemos que aspirar a que los hombres entiendan que la conciliación no depende en un 95% de la mujer y en un 5% de ellos.
Elena: Los empresarios, al menos los más listos, ya se han dado cuenta de que tener directivas, e incluso consejeras delegadas, es un buen negocio. Y si llevas a una mujer a un puesto de responsabilidad, tienes que aceptarla con todas sus circunstancias.
Marta: Eso, hoy por hoy, sólo se comprende en los países nórdicos. Es el único lugar donde las políticas de igualdad lo han logrado. Aquí seguimos sin apoyar a las madres… que es lo mismo que lanzar piedras contra nuestro propio tejado.
Marisa: El primero que nos tendría que ayudar sería el Estado, entre otras cosas, porque estamos generando un bien colectivo. Pero a veces la sociedad nos mira de una forma despectiva, como si fuera un capricho nuestro tener hijos.
Afirmaba antes Elena que lo fácil es dejar el trabajo. Sin embargo, muchas aseguran que no les queda otra, que cuando son madres se ven obligadas a ello o condenadas a encadenar contratos parciales…
Elena: No, todo viene de ti misma: no te da la gana. Trabajar y decir adiós a la posibilidad de dormir, de ir al gimnasio, de todo… Eso es mucho más difícil que lo que hace una que sólo se dedica a sus hijos. Lo siento mucho, pero es así.
Olga: Depende de a qué nivel. En algunos casos, la situación económica hace que quizá lo más lógico sea abandonar. No porque quieras, sino porque no te compensa.
Elena: Efectivamente, depende de quién hablemos. Pero pienso que tenemos un deber moral con nuestros hijos, de educarles bien, en la igualdad. ¿Y eso cómo se hace? Con el ejemplo. Por eso tú no puedes estar años formándote, estudiando y trabajando para un buen día decir: «Renuncio». Si te han educado para tener una carrera, ejércela…
Marisa: Yo quiero educar a mi hija para que si desea tener una carrera, pueda hacerlo, y si no lo desea, lo mismo. ¿Por qué se va a juzgar a quien no quiere trabajar?
Ejercer de madre y profesional… ¿pero cómo hacerlo sin caer en situaciones absurdas? En una de las escenas más divertidas de Tentación en Manhattan, la protagonista intenta conservar la dignidad en su primer encuentro con su superior neoyorquino (Pierce Brosnan) mientras (1) le suena una musiquita infantil en el móvil, (2) trata de disimular el escozor de los piojos y (3) su jefe le pregunta qué es una «casita hinchable», pues eso lleva apuntado en su mano… No hay madre que no se haya visto en alguna escena de parecido corte, y pocas habrá que no hayan sentido, al igual que Kate, la punzada de la tristeza cuando algo pasa en las vidas de sus hijos… y quien lo ve es la canguro. ¿Cómo librarse del sentimiento de culpa? Responde, rápida, Elena: «¡Teniendo más hijos! Con el primero es más acusado; con el segundo, se te va pasando, y al tercero sueltas: 'Ahí os quedáis'», dice bromeando.
Olga: No es mejor madre la que pasa las 24 horas del día con su hijo; lo importante es estar ahí cuando te necesita e inculcarle valores. Y es bueno que vea que tienes una profesión que te gusta. Los niños lo entienden todo sin problemas. Se dice: «Es que mi mamá está trabajando», y ya está.
Elena: Y cuando van creciendo te comentan más dudas, porque tú estás en el mundo y les puedes ayudar mucho más…
Marta: Ven tu grado de responsabilidad dentro y fuera de casa, y eso es para ellos una lección para el futuro. Porque así respetarán el trabajo y el compromiso de la persona con la que compartan la vida. Sabrán no interferir en el camino que haya decidido…
La charla da para mucho más. Para mencionar, por ejemplo, que «aún se comprende mejor a la que se pide un año de excedencia que a la que se reincorpora antes de acabar su baja», como señala Marta y corrobora Olga, que volvió a las seis semanas. O para hablar de una actitud que está ganando adeptos entre los padres, la de pasar más tiempo con los hijos. También de cómo se echan en falta guarderías, horarios flexibles, permisos de paternidad más largos... Mientras no lleguen, seguirá habiendo malabaristas que quizá lleven, como le sucede a Kate, manchas en la chaqueta, pero que también serán conscientes, como ha dicho Marisa, de que, al final, ser madre y seguir luchando por tu carrera merece la pena.
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