Escogió estar del otro lado del balneario habitual en que tantas veces se arruga la cultura. Mejor en la orilla intempestiva del que busca a solas. Y encuentra. Y habla en dirección contraria. Y vive a su manera el arte y los libros, su verdad y su herida. O los viajes. O el exilio que lo mantuvo en París entre 1966 y 1976. José-Miguel Ullán es uno de los más singulares creadores y observadores de aquella generación que nació tras las postguerra y decidió inventarse el mundo.
Escribió y huroneó con pulso de fiebre por mil sitios distintos. No se acogió ni a escuelas, ni a grupos, ni a juegos formales. Firmó poemas experimentales, personalísimos y artículos más o menos insólitos o extravagantes en periódicos muy distintos. Guiones de radio, programas de televisión, entrevistas o centenares de dibujos. Y antes de morir, en 2009, abatido por la araña del cáncer, dejó en un intensísimo volumen, Ondulaciones (Círculo de Lextores/Galaxia Gutenberg), su obra reunida, algo así como un testamento de lo que fue desde el principio: un poeta.
El trabajo exigente de Ullán, repartido en tantos frentes, tuvo un difícil acoplamiento en la nomenclatura rasante y académica. Y de ahí la exposición que a sus cosas dedica La Casa Encendida (Ronda de Valencia, 2), con el título de palabra iluminada y de la que es comisario el compañero del poeta, Manuel Ferro.
Miró, Tàpies, Chillida...
Una muestra que recupera, además de ediciones perdidas y las caligrafías e intervalos sugerentes de Ullán, algunos de aquellos libros de artista en los que colaboró junto a Joan Miró, Tàpies, Chillida, Vicente Rojo, Palazuelo, José María Sicilia... Piezas extraordinarias. «Él nunca pudo ver todo este material expuesto así... De hecho, poco antes de morir, cuando trabajaba en la edición Ondulaciones, comentaba que no tenía ni idea de que tuviese tanta obra. Él trabajaba a veces casi sin querer...», comenta Ferro. «Era un escritor muy exigente, pero en absoluto hermético. Su vida era la cultura. Y la entendía a su manera».
Una manera impulsada por la inteligencia que le llevaba de Edmond Jabès a El Fary. De Roland Barthes -con quien se proyecta en una de las salas una amplia entrevista para televisión- a Rocío Jurado. Y a todo aplicaba la misma capacidad de análisis y de disección. María Zambrano, Octavio Paz o José Ángel Valente son también algunos de los miembros de su tribu.
A Ullán lo movía una necesidad de revelación: desde los palacios a las chabolas. Y por eso quiso saberlo todo. Conocerlo todo. Escribir como nadie.
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