El trono de hierro

Apoyada por una campaña de promoción a la medida de su grandilocuencia y espectacularidad, la primera temporada de Juego de Tronos se convirtió en el acontecimiento televisivo del año pasado. ¿Será su segunda temporada, estrenada en EEUU hace unas semanas (en HBO) y en España mañana (en Canal+) el del 2012? Sea como sea, tenemos serie para rato, pues la adaptación televisiva de la saga de novelas Canción de Hielo y Fuego ya ha renovado por una tercera temporada. Y una cuarta casi se da por descontado. 

La aún inconclusa heptalogía literaria de fantasía épica de George R.R. Martin puede presumir de contar con una activísima base de fans. La venerada HBO, también. La alianza, por tanto, se antoja perfecta. Pero las cosas no son tan sencillas. Las novelas de Martin son muy extensas y no escatiman ni en descripciones ni en eventos ni en personajes. Incluso podría ser que el estadounidense las escribiese así, tan «inadaptables», harto de sufrir restricciones creativas como guionista de televisión. Del clásico «eso que has escrito no lo podemos rodar, es demasiado caro» al «esto sí que no lo vais a poder rodar, aunque queráis». Quién iba a decir (o quién no) que años después el propio autor estaría implicado en la traslación de su obra cumbre a la pantalla. 

Los entregados fans de Canción de Hielo y Fuego han aprobado el trabajo de adaptación que han hecho tanto el autor del material original como los guionistas de la serie. La Juego de Tronos televisiva transmite bien el universo medievaloide, oscuro, frío y ciertamente sórdido de las novelas, y esa sensación de competición estratégica que tan acertadamente ilustran sus premiados títulos de crédito. Gracias a una gran labor de casting y guión, personajes que podrían caer en el cliché mil veces visto (porque en el fondo lo son) como el retorcido enano Tyrion (Peter Dinklage) o Daenerys (Emilia Clarke), refinada y virginal criatura forzada a convertirse en líder tribal con sed de venganza, brillan. Para convertir en serie algo tan grande como Canción de Hielo y Fuego no sólo hay que gastarse mucho dinero, sino que hay que tomar ciertas decisiones estéticas y narrativas que, si son erróneas, lastrarán el producto final de manera irreversible. La integración de tramas, personajes y escenarios que ha hecho HBO en Juego de Tronos es muy buena, aunque a los no iniciados (es decir, los que no hemos leído las novelas) de vez en cuando nos venga bien consultar alguno de los mapas y árboles genealógicos juegodetronianos que circulan por la Red, si no queremos terminar con un cacao terrible de Baratheons, Lannisters y Starks. 

Será mejor no perderse, pues en esta segunda temporada el reparto se amplía, con nombres como los de la británica Natalie Dormer o la superestrella holandesa Carice van Houten. Ellas ayudarán a reforzar la teoría de que los personajes femeninos de Juego de Tronos son más interesantes que los masculinos. También son los que más carne enseñan, todo sea dicho. Si por algo se caracterizan HBO en general y esta serie en particular es por su desinhibición a la hora de tratar el sexo y el desnudo. El componente erótico de la historia se aborda directa y frontalmente (chiste fácil), como la violencia y la sangre. 

Y los bichos. Ése es el otro gran reto de esta segunda entrega de Juego de Tronos: los efectos especiales. Harán falta toneladas de ellos (perdón, terabytes) no sólo para recrear las batallas descritas en los libros, sino también para dar vida a ciertos bicharracos fundamentales. Sí, hay dragones. Y los famosos huargos, lobos de la talla XXXL. Los primeros ya los vimos. Notable alto. 

Lejos de la hiperfantasía de Tolkien, donde todo es posible, y de la «realidad maquillada» de la mal llamada novela histórica, uno de los principales atractivos de Juego de Tronos es la credibilidad de lo que en ella ocurre. Con elementos fantásticos muy bien dosificados (sí, hay dragones), la serie nos habla de ambición, dominación, envidia, lascivia y violencia. De familias que se aman, odian, temen y traicionan. De poder. Temás clásicos y personajes compactos que dan lugar a una superproducción televisiva menos farragosa y mucho más adictiva de lo que parece. 

En la primera temporada de la serie pudimos ver cómo la lucha por el Trono de Hierro vacante espoleaba fuerzas, pactos y rencillas entre todos sus pretendientes. Rodaban las primeras cabezas y empezaba el juego propiamente dicho. Los honorables (quizá demasiado) Stark se enfrentaban con los Lannister, rubísimos y maquiavélicos, mientras el matrimonio improbable (pero acertado) entre la virginal Daenerys y Khal Drogo se preparaba para reclamar lo que consideraba suyo. Amenazados todos por un terrible invierno que llegará en algún momento, los personajes de Juego de Tronos se posicionaban, mostrando unas cartas y guardando otras. Con una impactante imagen final (y una sorprendente, por inesperada, decapitación), la serie se despidió temporalmente. Ahora, casi un año después, vuelve, con nuevos personajes, escenarios y tramas, y la promesa de hacerse más grande y mucho más épica, pues además del invierno, se acerca una guerra. El juego, efectivamente, continúa. Más y mejor. 

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