«Cuando la vi en el coche, supe que llevaba un McQueen, y durante la primera hora no paré de llorar; me di cuenta de lo mucho que le echo de menos.» Así se sintió Janet, la hermana de Alexander McQueen, mientras veía la Boda Real.
La familia del diseñador estaba en Nueva York para su homenaje póstumo en el Metropolitan Museum of Art. Fue su equipo británico, a cargo de Sarah Burton, quien creó el traje de novia de Kate Middleton.
La dulce serenidad del impecable traje de encaje está muy lejos de la obra que se ve en la exposición. Esta celebra la imaginación desatada, salvaje y oscura, de McQueen: goth victoriano, vestidos con matas de plumas color sangre, decorados con flores moribundas o el repiqueteo de conchas de almeja.
La portada del libro que acompaña la exposición tiene una imagen escalofriante de Lee (su nombre real) deslizándose entre fotos de su cara y una calavera. Se suicidó en febrero de 2010, con 40 años. La exposición, Alexander McQueen: Savage Beauty, se inauguró el 2 de mayo con una gala excepcional, cuyos anfitriones fueron Anna Wintour, mecenas del museo (que calificó la exposición de «asombrosa»), y la actriz Salma Hayek y su marido François-Henri Pinault, dueño de la marca McQueen. Colin Firth, la estrella de la película El discurso del rey, y Stella McCartney -íntima amiga de McQueen- fueron coanfitriones. «Lee hubiera estado orgullosísimo, y seguro que nos está viendo desde arriba», dijo McCartney.
La exposición, organizada por Andrew Bolton, comienza con la sastrería de McQueen. La técnica del diseñador era evidente desde las primeras chaquetas curvas que creó para su desfile de fin de curso de 1992, en el Central St. Martins College of Art and Design, inspiradas por Jack el destripador. El provocador pantalón bumster (que creó la tendencia mundial de llevarlos caídos) fue el resultado de su experiencia trabajando en Savile Row de Londres.
La meta de Bolton es llegar al alma de la creatividad de McQueen, el lado oscuro del movimiento romántico. La exposición se centra en los bajos fondos de la mojigata época victoriana, con corsés acolchados en tonos malva y una capa del año 2003 volando en un túnel de viento. Los telones de fondo, diseñados por el equipo de producción de McQueen, eran de una penumbra nebulosa, con espejos cubiertos de motitas grises. Para el despliegue de vestidos escoceses y la famosísima colección Highland Rape, de 1995, de vestidos rotos y cuerpos semidesnudos, había un fondo de madera salvajemente destrozado.
Como centro, una vitrina con curiosidades en cuyos estantes destacaban complementos salvajes y hasta viciosos, entre ellos, joyas diseñadas por Shaun Leane. Por encima de las vitrinas se proyectaban vídeos de desfiles dramáticos e inquietantes de McQueen. Hay ramalazos de sadomasoquismo y misoginia en su obra, pero sea cual sea la reacción a estos vídeos, nadie podría negar su gran sentido del espectáculo ni sus técnicas excepcionales.
¿Fue McQueen en realidad un artista cuyo medio era, por casualidad, la tela? Bolton podría haber hablado del lugar del diseñador en el mundo artístico actual. Hubiera podido compararse a los hermanos Chapman o a Damien Hirst por su fascinación con la decadencia de la naturaleza. En vez de esto, nos tocaron los elogios jadeantes y banales de Sarah Jessica Parker sobre el estilo McQueen.
Muy pocas piezas pueden considerarse fondo de armario. La exposición habría sido menos dramática, pero más completa, si Bolton hubiese destacado cómo las extraordinarias ideas de McQueen se convierten en ropa aerodinámica y ponible. El comisario también podría haberse centrado más en la modernidad del diseñador. La potente colección de Plato's Atlantis (2010), se presentó en live-stream por un creador cuyos blogs obsesivos subrayaron su deseo de comunicarse directamente con su generación. Pero la muestra es emocionante, estimulante y da que pensar. Es una visión pura de la imaginación salvaje de McQueen. Burton ha sabido domarla sin sofocarla, y la prueba es el traje de novia de la Boda Real.
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