Viviendo entre miseria

Tadeusz estudió ingeniería en la Universidad de Varsovia. Cuando estaba en tercero de carrera tuvo la suerte de cruzarse con una pecosa becaria norteamericana, que ademas de alegrarle la vida le enseñó algunos rudimentos de inglés.

Lo que Tadeusz no podía ni siquiera sospechar entonces, es que algún día iban a ser esas frases y no la trigonometría, el cálculo o la resistencia de materiales, lo que le iba a permitir ganarse la vida en el mundo capitalista. Tadeusz, como decenas de miles de polacos, se dedica desde hace un año al cambalache, el mercado negro y el contrabando. Esta semana «trabaja» en la plaza Wenceslao, en el centro de Praga. La capital está estos días repleta de «yankees» llegados en manada para asistir a la eliminatoria de la Copa Davis entre Estados Unidos y Checoslovaquia. 

Tadeusz se aposta cerca de la entrada de los establecimientos que venden cristal de Bohemia y en cuanto ve aparecer un turista, sonríe amistoso y musita: «change, wechseln, cambiare, very good rate». La mayor parte de las veces no funciona, porque la gente tiene miedo a ser estafada y prefiere cambiar en los hoteles, que desde la llegada de Vaclav Havel al poder están autorizados a realizar un «cambio paralelo», pero de vez en cuando alguno acepta. El polaco paga religiosamente 40 coronas por dólar, 5 más que en el «paralelo», y cuatro veces el «oficial», y mete el preciado billete verde en una cartera alargada que esconde bajo el cinturón. Dentro de unos días, terminados los partidos de tenis, comprará unas cuantas piezas de cristal en «Moser», y saldrá en tren hacia Berlín.

Si tiene suerte y consigue eludir a los aduaneros checos y germanoorientales que se abaten como buitres sobre los «contrabandistas» polacos, cruzará al oeste por Checkpoint Charlie y venderá su mercancía en el rastro de la Krempelplatz, una inmensa explanada entre el Muro y la Filarmónica que se ha convertido en el zoco de todas las miserias de Centroeuropa. Una parte del dinero lo cambiará por marcos de la RDA, que en el mercado negro valen cinco veces menos que en el oficial. 

Otra parte la empleará para adquirir un radiocassete o un par de Walkmans en las tiendas de los turcos de Kreuzberg. Con todo eso volverá a Alemania Oriental, cuyos habitantes parecen haberse vuelto locos, y, ante el temor de que un día sus marcos comunistas no valgan nada, se han lanzado con desesperación a la compra de «electrónica occidental». Una vez conseguidos marcos frescos de la RDA, Tadeusz recorrerá pacientemente las tiendas subvencionadas, acumulando calzado infantil, zapatillas de deporte, caviar ruso, medias de nylon o baratijas y volverá de nuevo al Oeste para revender la mercancía. 

Cuando dentro de un mes llegue agotado a Varsovia, en la arrugada cartera habrá apenas 600 marcos (40.000 pesetas), atesorados a base de paciencia, miedo, hambre y miseria. Para Tadeusz son la salvación. Una vez cambiados se tranformarán en 3.200.000 zlotys, el sueldo de un año de un empleado público en Polonia, o en otras palabras: lo que la familia de Tadeusz necesita para sobrevivir cuatro meses.

El caso de Tadeusz no es una excepción, sino la manifestación de un fenómeno generalizado. La quiebra de los sistemas comunistas en Centroeuropa y la brutal transición hacia una economía capitalista ha hecho aparecer, junto a las colas del paro, las sopas de caridad, los nuevos empresarios y las hamburgueserías «McDonalds», toda una legión de sufridos «businessmen». La inmensa mayoría son polacos que sobreviven a base de recorrer incansablmente los países de la zona comprando, vendiendo y cambiando, al igual que hacían los estraperlistas españoles tras la Guerra Civil. Los más osados hacen la «ruta del sur». Bajan hasta Estambul con sus ahorros y, en tren, con sus sacos de nylon repletos de productos cosméticos, jerseys y relojes, suben hacia Sofia para realizar un comercio itinerante que recorre Rumania, la república soviética de Ucrania y Checoslovaquia. Otros, la mayor parte, «trabajan» los mercados próximos de Checoslovaquia, Hungría y sobre todo Alemania. 

Hasta hace poco, la RDA sólo permitía entrar en su territorio a los polacos provistos de visado. Ahora ya no es así, y decenas de miles de personas hacen regularmente el camino a Berlín Oeste, deteniéndose en cada pueblo para comprar productos subvencionados. Es un negocio miserable, pero rentable. Un par de zapatillas de tenis germanoorientales cuesta 110 marcos de la RDA: 1.250 pesetas al cambio negro. Ese par se puede vender en el Oeste, por 30 marcos RFA, que cambiados en el mercado negro se convierten en 150 marcos RDA. Beneficio: 750 pesetas. Junto a los «profesionales» como Tadeusz hay tambien muchos «aficionados». Cada semana más de 60.000 polacos, la mayor parte de ellos mujeres procedentes de las regiones fronterizas, aborda en la noche un tren para llegar por la mañana a Berlín Oeste y retornar en la tarde a sus casas después de vender unos pares de medias, cualquier antigualla o artesanía. El viaje les cuesta 30.000 zlotys: 400 pesetas. 

Si consiguen un beneficio de 50 marcos y los transforman en zlotys a 5.400, que es el cambio habitual, habrán sacado en un día lo mismo que en Polonia ganan en un mes. Como es lógico, este aluvión de «saqueadores itinerantes» ha provocado una airada reacción tanto de las autoridades como de la población germanooriental, que culpa a los polacos del desabastecimiento generalizado. Desde hace tres meses, siguiendo órdenes estrictas del Gobierno Modrow, los aduaneros de la RDA registran minuciosamente a los polacos que cruzan sus fronteras. La última semana de febrero, en el puesto de Frankfurt-sur-Oder decomisaron 1.660 kilos de carne, 437 de azúcar y 1.105 pares de zapatos para niño, entre otras cosas.

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