Felipe González es un interesado

Fue Felipe González, en su comparecencia ante la prensa del 2 de marzo, quien hizo su particular análisis de la meteorología política: «Llueve menos y escampará». La borrasca del escándalo de Juan Guerra no había amainado entonces ni tampoco amaina ahora, pero en las palabras del presidente se traslucía, obviamente, el deseo de que así fuera. Las ciencias adelantan que es una barbaridad, y si ya es posible provocar la lluvia por métodos artificiales, no hay más que mover determinados resortes para crear un plácido y hermoso arco iris en un cielo luminoso y despejado. 

Pero, claro, ese arco iris que a toda costa el Gobierno quiere dibujar en el firmamento político español no es más que una ilusión óptica. Aquí sigue lloviendo a mares. Ocurre que ni Felipe González ni Alfonso Guerra ni el Gobierno están solos en el desesperado deseo de que el tifón Juan Guerra deje de azotar el suelo político. La prolongada gestión socialista, los ocho años de mayoría absoluta, han tejido una trama de complicidades, han articulado un sindicato de intereses compartidos que ahora actúa como poderoso silenciador. 

La lluvia sigue cayendo, pero son bastantes quienes quieren amortiguar el ruido de su repiqueteo en los tejados. Ministros y altos cargos saben que la bonanza política apuntala mejor su continuidad. Las cúpulas dirigentes del PSOE -desde la nacional a las regionales y locales- se garantizarán mejor el disfrute del poder en la calma. La legión de personas que, al sol que más calienta, se han introducido en la base funcionarial de la Administración también prefieren la tranquilidad. 

Cuantos ya se benefician -o aspiran a ello- de ayudas, subvenciones, concesiones o prebendas del Estado no quieren que se estremezca el puente dorado que les une a sus favorecedores. Y los grandes socios del Gobierno, en el mundo del capital y del dinero, con su providencial pragmatismo, también desean que todo siga como hasta ahora. No estamos, pues, ante un arco iris de primavera, sino ante un auténtico bloqueo institucional, en parte motivado por ese sindicato de intereses y en parte también por la eficacia alcanzada por el órdago de González: si Guerra se va, yo me voy. Imaginar la ausencia de González ha provocado en muchos la parálisis y el canto al nuevo amanecer. Sobran los ejemplos. 

Ayer mismo, un periódico de Madrid, en vísperas de la decisión gubernamental sobre la moratoria solicitada por su «empresa hermana», Canal Plus, continuaba su tendencia de los días anteriores ofreciendo en primera página un panorama idílico de la situación política, subrayando la existencia de un nuevo clima de diálogo y los propósitos de la oposición de aceptar la negociación y corregir las actitudes de acoso. RNE prestó inmediatamente su sonoro altavoz a esta bucólica canción. Así opera el sindicato de intereses, pero mal hará la oposición y quien no supedite su ética a su conveniencia si cede un ápice en la crítica y en el objetivo de regenerar la vida pública.

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