Stuart Townsend es un timador

A una película que trata de timadores se le puede exigir que sus guionistas y director hayan creado personajes listos y con malicia (no necesariamente con maldad) e ideado estafas y fraudes con ingenio. A una comedia romántica se le puede exigir que la historia de amor sea convincente. Como pez en el agua no cumple ninguno de estos requisitos.

Conocemos a Dylan (Dan Futterman) y Jez (Stuart Townsend) cuando son niños y el primero se encuentra en un orfanato de Estados Unidos y el segundo en uno de Inglaterra. Cada uno por su lado sueña con vivir en una gran mansión cuando sea mayor y cuando los reencontramos 18 años después han formado un tándem y están a punto de hacer realidad su sueño: practican toda clase de timos, desde los más modestos a los más ambiciosos han tenido que contratar a una secretaria de honradez ejemplar y ajena a sus trapicheos, pero todavía con más reflejos que ellos para salir de situaciones comprometidas. 

Ella también quiere dinero y con una causa muy noble: donarlo a una fundación para el cuidado de niños con síndrome de Down.

Las estafas, todas ellas muy simples, varias descritas malamente, se suceden fatigosamente en esta comedia que trata fundamentalmente de ganar para sus protagonistas las simpatías de los espectadores. Los dos amigos pueden contar con ellas porque son personas encantadoras (sólo perjudican a ricos y desalmados) e infantiles, como infantil es el humor del guión y de la puesta en escena. Stefan Schwartz y Richard Holmes han escrito una historia filantrópica cuyo desánimo trata de disimular el primero recurriendo constantemente a una banda sonora atronadora y a una estética de videoclip.

Schwartz confunde la velocidad con la comicidad y maneja con desenfado un argumento incongruente con personajes conmovedores.

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