La tele nos vende las mismas cosas a la misma hora

Confiaba ciegamente en el mando a distancia para abrirme paso en el enmarañado paisaje audiovisual de nuestro país. Pero ocurre que una vez practicada la democracia de mercado y la pluralidad mediática me he quedado mudo de asombro, sordo de ideas y ciego de líneas. 

Andábamos reclamando ofertas diferentes sin darnos cuenta de que todo el tinglado consistía en ofrecer una impresión de multiplicidad para vendemos las mismas cosas a la misma hora. Es como saiir del Santander para entrar en el Hispano, abandonar la sonrisa Colgate de Maira por la sonrisa Palmolive de Concha, cambiar la suavidad de Luzil por la blancura de Vernel. Buscando el plural nos hemos encontrado con el duplicado. 

Porque a costa de darle al mando no consigo atisbar las diferencia entre los partidos de baloncesto de la NBC y los de la NCA, ni sabría pronunciarme, más allá del puro placer estético, entre las claves de Balbín y las de Cristina García Ramos. Ni atándome la Larousse en salva sea la parte puedo con tres concursos diarios. La libre circulación de películas me apabulla y me convierte en un videota enamorado que vive marginado de la liturgia del cine en pantalla grande. Por no hablar de la legión de tertuliantes y humoristas.

La madre que los parió. Puede que la clase política disfrute como una bellaca ante tal profusión de ventanas y espejos, pero para el sufriente espectador de las públicas, las autonómicas, las desconectadas, las privadas y las parabólicas, sus opiniones terminan siendo muecas obtusas. Tal vez los maestros de ceremonia cobren pluses más altos en función de la diversidad, pero al televidente le extraen plusvalía a diestro y siniestro. El día que aparezcan la cadena de los comuneros y la televisión murciana, me paso a la radio. Palabra.

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