Smilja Smiljailovich cargada de joyas

Si el concejal Angel Matanzo hubiera estado ayer de guardia, el salón en donde se desarrollaba el Congreso del PP habría sido precintado por la municipalidad. Faltaría más. Invitados, compromisarios, mujeres de compromisarios, hijos de compromisarios y hasta nietos de compromisarios ocuparon el Palacio de Congresos de Madrid como se hace en los partidos, pero de fútbol. Así, no era extraño que una pobre compromisaria, a la que se había advertido que si salía no podría volver a entrar, se quejara, casi con las piernas cruzadas, de que jamás había tenido tantas dificultades para cumplir con su micción de la mañana.

Atrapado en medio de una de las atestadas tribunas estaba José María Aznar jr., el hijo de 14 años del presidente del PP y al que sólo le falta el bigote para ser su vivo retrato. Con su cazadora vaquera con el cuello de piel vuelta, Josemari aguantó como pudo los discursos, aplaudiendo mecánicamente cuando la ocasión lo requería. Entre aplauso y aplauso, el chaval combatía el tedio con sopor, dejando en su cara la marca de la mano en la que se apoyaba.

No era para menos. Dejar hablar a Gabriel Cañellas durante cuarenta y cinco minutos debía estar prohibido por la ley. Fraga, que empezó primero aplaudiendo a lo soviet, terminó golpeando la mesa. Al final, no aguantó más y comenzó a dar cabezadas. Quien aparentaba ser feliz era la princesa Smilja Smiljailovich, sentada en primera fila y con tanto colgante encima que parecía que estaba condenada a trabajos forzados. La princesa, de edad imprecisa, con su chaqueta negra cruzada y su minifalda a cuadros, sonrió permanentemente, como si estuviera aquejada de un «lifting» defectuoso.

Entre orador y orador, los presentes asistían a un peculiar cambio de guardia a lo Buckingam Palace, a cargo de las azafatas del Congreso. Las chicas caminaban con elegancia hacia el centro del escenario y procedían allí a un cambio de vasos vacíos por otros llenos, en medio de susurros del tipo: «Ten cuidado porque te están haciendo fotos por detrás». Otros no tuvieron tanto suerte. A Gerardo Fernández Albor, casi una momia en vida, ni por detrás ni por delante. Su ración se la llevó una especie de Kim Bassinger que estaba sentada en las primeras filas. Se supo que se llamaba Fátima y que era mujer del diputado gallego Arsenio Fernández. Vestía un jersey rojo tatuado con la palabra Loewe. Lo más plus.

En la tribuna, Fraga hablaba del Apostol Santiago y de la mujer de Lot convertida en estatua de sal. El hombre del Estado en la cabeza está ya mayor, pero tiene sus admiradoras. Una señora entrada en kilos con una blusa color salmón fue su fue y le aplaudió hasta que se le despellejaron las palmas. Ignacio Sotelo, el miembro del Comité Federal del PSOE que había asistido al Congreso desde el primer día, desapareció de repente y nunca más se le volvió a ver. Sólo faltaba ya la apoteósis de Aznar. El líder del PP se hizo de rogar porque su «discurso de investidura» fue largo y proceloso. Cuando concluyó y dijo que no quería morir de éxito casi lo matan los fotógrafos.

Fue rodeado, perseguido, estrujado mientras la música a lo que daba acallaba los gritos de «presidente, presidente» que habían empezado a oírse. Aznar repartió saludos a diestro y siniestro. Isabel Tocino que había intentado acercarse para saludarle tuvo que desistir entre empujones. Tras el intenso besamanos, el presidente del PP pudo alcanzar a su mujer y abandonar con ella el salón. José María Aznar jr. sonrió por primera vez y les dedicó un saludo.

Más de tres mil personas estaban en pie para rendir pleitesía al ya candidato a la presidencia del Gobierno, desde los atletas Colomán Trabado y José Luis González, hasta el escritor Sánchez Dragó. El ex comisario de la Expo, Manuel Olivencia, alternaba las palmas con la riña a su yerno, Javier Arenas, por lo mucho que fumaba. Tras la estela de Aznar iba Alvarez Cascos, que aprovechó para agradecer su presencia a varios sindicalistas, que habían sido invitaados a la clausura. A la salida, Salce Elvira, de CCOO, preguntaba a Celia Villalobos, del PP, por su gripe y un empresario de Granada le decía a Apolinar Rodríguez, de UGT, si le apoyaría en defensa de los puestos de trabajo. Vivir para ver.

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