El intercambio de comida-sexo

Utilizar el sexo como cebo para que el macho permanezca al lado de la hembra. Esa es la táctica que las primeras homínidas utilizaron cuando se vieron desbordadas por los cuidados requeridos por los primeros bebés de cerebro grande y necesitaron con urgencia un macho que les ayudara en la crianza durante largo tiempo.

Esta teoría políticamente incorrecta es la que sugiere Manuel Domínguez-Rodrigo, profesor titular del Departamento de Prehistoria de la Universidad Complutense de Madrid, en su nuevo libro El origen de la atracción sexual humana (Ediciones Akal).

El autor es consciente de que los grupos feministas se le pueden echar encima por apostar por una teoría que expone claras diferencias entre el hombre y la mujer, a pesar de que propone a las féminas como clave del éxito evolutivo y reproductor de los humanos.«Hombres y mujeres son distintos, pero se complementan por necesidad», anota en el libro.

El investigador, que ha dedicado más de 15 años al estudio de la evolución humana explica cómo «hace poco más de dos millones de años se produjo un cambio drástico de comportamiento que provocó que los grupos humanos empezaran a estructurarse en lo que hoy se denomina conducta humana típica, es decir, homínidos solidarios, cooperativos, interdependientes unos de otros».

Le asaltaba la duda. ¿Por qué esos protoseres humanos comenzaron a comportarse de esa manera? «En los restos óseos se aprecia que las crías comenzaron a ser más caras. El desarrollo del tamaño del cerebro implicó que los cachorros nacieran mucho más indefensos, más dependientes y que tardaran más tiempo en madurar». Este exceso de atención requerido por las crías desbordó las capacidades de abastecimiento de las hembras que, a pesar de todo, tenían que reproducirse con más rapidez para no enrarecer la especie.En definitiva, «las hembras necesitaron imperiosamente la ayuda de los machos». Y la consiguieron gracias «a la concesión de una recompensa de índole sexual a los machos».

En otras palabras, las homínidas del pasado decidieron llevar a cabo un intercambio comida-sexo. Por esta razón, tras años de evolución, las mujeres actuales no poseen etapas de celo -caracterizado por hinchazones olorosas que las hembras sufren periódicamente para estimular al macho a la cópula-, sino que están receptivas continuamente. «No sabemos con certeza en qué momento se produjo este cambio», puntualiza el profesor, «pero sabemos que no pudo ser en un momento en el que los sexos (el macho y la hembra) fueran morfológicamente iguales».

Domínguez-Rodrigo justifica las diferencias anatómicas entre el hombre y la mujer como resultado de la selección natural, ya que las hembras menos parecidas al macho resultaban más atractivas desde el punto de vista reproductor. El desarrollo de nalgas marcadas y senos en hembras, y los labios carnosos o los lóbulos de las orejas en ambos sexos son señales visuales sexuales que tienen como objeto el disfrute sexual y la atracción física continua, en sustitución del limitado estado de celo.

En resumidas cuentas, si las homínidas no hubiesen desarrollado este estado de receptividad sexual permanente, no habrían podido retener al macho para que les ayudase a sobrellevar las tareas de crianza y abastecer de comida a sus hijos, para así conseguir que que la especie sobreviviera.

A juicio de Domínguez-Rodrigo, la pornografía es un resultado más del tipo de sexualidad que tiene la especie humana. «Su éxito es universal, con independencia del ámbito cultural donde se consuma».

La sexualidad tal y como se concibe hoy en día, es constante y sin un inmediato objetivo reproductor, por eso «la forma, lo visual, la imaginación tiene un papel preponderante y continuo».

La especie humana «está dispuesta a aparearse de manera constante y como no lo puede hacer, deja parte a la imaginación». Por eso, la pornografía es más consumida en las sociedades donde la sexualidad sigue estando reprimida como la occidental, donde «el judeocristianismo ha cercenado las manifestaciones sexuales y ha provocado un aumento de las expresiones patológicas».

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