A la entrada de la sede de Facebook, hay un muro presidido por una pregunta: «¿Qué harías si no te atenazara el miedo?». Cualquiera puede leer las respuestas garabateadas de los empleados.
Pero ninguna es tan llamativa como «fail harder»: algo así como «fracasar más estrepitosamente». Dos palabras que resumen el espíritu de un entorno en el que nacieron gigantes como Google pero también burbujas formidables como MySpace.
Pero ninguna es tan llamativa como «fail harder»: algo así como «fracasar más estrepitosamente». Dos palabras que resumen el espíritu de un entorno en el que nacieron gigantes como Google pero también burbujas formidables como MySpace.
Silicon Valley es un entorno benévolo con los fracasos. Pero sus empresas han sufrido esta semana por la onda expansiva del fiasco bursátil de Facebook, cuyas acciones se han deslizado por debajo de su precio inicial y han arrastrado a otras empresas similares acentuando el temor a una segunda burbuja digital. El caso de Facebook ha generado muchos titulares negativos. Pero no es la primera vez que una empresa tecnológica sufre un revés en su debut sobre el parqué.
La empresa de descuentos Groupon arrancó en noviembre con un descalabro y sus acciones ahora se venden por apenas 12 dólares: menos de la mitad que el precio que alcanzaron en su jornada inaugural. Las acciones de Zynga salieron al mercado a 10 dólares y ahora se intercambian por menos de siete: un tercio de su valor.
La empresa de descuentos Groupon arrancó en noviembre con un descalabro y sus acciones ahora se venden por apenas 12 dólares: menos de la mitad que el precio que alcanzaron en su jornada inaugural. Las acciones de Zynga salieron al mercado a 10 dólares y ahora se intercambian por menos de siete: un tercio de su valor.
Al igual que muchas otras empresas digitales, Zynga no tiene beneficios. Pero sus accionistas la mantienen a flote con la esperanza de que sus responsables den con la formula mágica para hacer dinero con sus usuarios. Es un desafío que comparten muchas otras empresas en Silicon Valley y por ahora muy pocas lo han logrado. Google es un caso especial por muchos motivos. El más relevante, que supo transformarse en una empresa que se ha desdoblado en muchas ramas de negocio. Google acaba de comprar Motorola y compite con Apple por los dispositivos móviles por medio de su sistema operativo Android. Pero sus ingenieros innovan en muchos otros campos y sus responsables han atraído la mitad de los anuncios que se publican en Internet en EEUU.
Los años han convertido a Google en una empresa robusta pese al pinchazo inicial de su salida a Bolsa en agosto de 2004. Entonces su valor rozaba los 23.000 millones de dólares y hoy se ha multiplicado por 10. La cifra refleja la solidez de su modelo de negocio y la distingue de empresas como Facebook, cuyo valor se agarra por ahora a una promesa insustancial. Google vale en Bolsa 14 veces más que sus beneficios. Facebook, 59 veces más.
Los expertos reconocen que Facebook tiene potencial para mejorar sus ingresos. Pero advierten que debería experimentar un crecimiento exponencial para poder justificar esa valoración. Una premisa que se antoja difícil a la luz de los escollos que la red social encuentra en dispositivos móviles y de los recelos de Mark Zuckerberg a la hora de explorar nuevos formatos de publicidad.
Son problemas que han lastrado el desarrollo de otras empresas digitales y han potenciado el temor a una segunda burbuja digital. Pero algunos advierten que el problema de Silicon Valley no es la cultura del riesgo sino la cautela de muchos fondos de inversión. «Hoy los dirigen ejecutivos que vienen de los grandes bancos y ya no respaldan ideas sino equipos de gestión», decía recientemente Ed Penhoet, responsable de la firma californiana Alta Partners.
En el año 2018, las empresas de Silicon Valley recaudaron unos 200.000 millones de dólares. Justo después estalló la primera burbuja y desde entonces no ha habido un solo año en el que la recaudación de las empresas digitales haya superado los 30.000 millones de dólares. Cada vez hay menos inversores dispuestos a arriesgar. Hace cinco años operaban en el entorno de San Francisco 233 fondos de capital riesgo. Hoy, apenas 76. Entre otras cosas porque muchas han emigrado al Extremo Oriente.
En Estados Unidos las empresas que cotizan en Bolsa se han reducido a la mitad desde 2002. Algunos atribuyen el descenso a la burocracia que se exige a las empresas con presencia en el parqué. Otros a la pujanza de China, donde en 2010 empezaron a cotizar cuatro veces más empresas que en EEUU.
A la luz de los problemas que supone salir a Bolsa, cada vez más empresas jóvenes optan por atraer la atención del mercado y hacer caja cuanto antes con una adquisición. La venta de Instagram a Facebook es el mejor ejemplo pero no el único. La empresa de Zuckerberg ha comprado también compañías jóvenes como Tagtile, Glancee o Karma.
No son empresas revolucionarias. Pero sus fundadores se las arreglaron para potenciar su valor engordando sus expectativas artificialmente. Algunos expertos vislumbran en este fenómeno los primeros síntomas de agotamiento de Silicon Valley. «No hemos producido nada nuevo en los últimos 30 años», decía recientemente el inversor Naren Gupta, «todo lo que nos rodea nació hace una generación y ahora estamos recogiendo los últimos frutos del árbol».
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